Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

viernes, 28 de marzo de 2014

El “Austrolibertario” y su retórica defensa de la Desigualdad

 

Fotografía: Radio Chile - Canadá

Independiente de que esté de acuerdo o no, imagine que alguien le dice lo siguiente: que la desigualdad es parte de la “naturaleza humana” y que esto ocurre porque “todos somos diferentes, es decir, desiguales”. Esta curiosa afirmación fue esgrimida por el abogado Axel Kaiser, en una columna en El Mercurio, publicada en marzo del presente año. Autodenominado en twitter como “austrolibertario”, sus textos despliegan argumentos que incluyen en su retórica conceptos como “democracia del mercado”, “sociedad de hombres libres” o, citando a Adam Smith, “sistema de libertad natural”. Su columna presenta como título la pregunta “¿Es la Desigualdad un Problema?” y su respuesta casi inmediata es que no lo es. Y no lo es, debido a que todos seríamos diferentes, lo que para Kaiser es lo mismo que decir que somos desiguales. Asimismo, la igualdad sería incompatible con la libertad. Inclusive, buscar la igualdad, que ha de desembocar en el debate sobre los derechos sociales, limitaría gravemente la libertad de las personas. La igualdad, entonces, en la sinapsis “libertaria” parece ser un sinónimo de homogeneidad. Y como somos diferentes, ergo desiguales, la igualdad conlleva en sí misma la coacción.

Estas volteretas semánticas, como las que muestra Kaiser, son apasionantes. Su defensa del neoliberalismo extremo, con continuas referencias a su autor de cabecera Friedrich Hayek (más otros conspicuos “libertarios” y “liberales”), ha tenido excepcional tribuna en algunos medios de prensa. Por supuesto que -para este “austrolibertario”- un sistema promotor de los derechos sociales nos dirige hacia el resurgimiento de los “regímenes totalitarios socialistas. Desentendido completamente de toda referencia al problema del poder, el destino de los seres humanos dependería de la autogestión individual. Se trata, entonces, de una visión despolitizada. En otras palabras, al invisibilizar las relaciones de dominación y explotación económico-política, la desigualdad pasa a ser un asunto de meras diferencias individuales. En clave libertaria, como todos somos diferentes, la desigualdad es “natural”. Si usted nació y forma parte de los grupos de poder o de esa mayoría de la humanidad que vive en condiciones de subordinación, la explicación está en la diversidad. Entonces, cuando Bachelet dice que la desigualdad es una de sus principales enemigas, Kaiser reacciona como resorte arguyendo que, de ser así, también para ella “la libertad y la diversidad humana son el enemigo”.

Sin embargo, ¿por qué Kaiser confunde abiertamente desigualdad con diversidad? ¿Por qué naturaliza lo que constituye a todas luces una construcción social? Cuesta aseverar si esa confusión es retórica, deliberada o involuntaria. Nadie elige al nacer quiénes serán sus padres, qué cuerpo tener, qué nivel socioeconómico tendrá, ni el momento histórico en que aparecerá en este mundo. Tampoco nadie puede decidir en qué sociedad y cultura dará los primeros pasos por la vida. Algunos dirán que esto se debe al azar; otros debido a una decisión divina. Por el momento, dejemos de lado la causa de todo aquello. La imposibilidad de elegir, de decidir u optar, es inexorable en el punto de partida. Devenimos antes de nuestra voluntad, de la percatación, de la explicación. Por lo tanto, la responsabilidad sobre nuestra posición primigenia en el mundo no recae sobre nuestros hombros, sino que en esos otros que nos reciben y que no nos dejan perecer a las pocas horas de haber inhalado los vapores de este mundo. Y digo “responsabilidad”, porque ésta no tiene lugar debido a la impetuosa participación de un instinto “natural” o de una fuerza incontenible de nuestro material genético. La responsabilidad sobre nuestra supervivencia es una construcción histórica y social; una noción fundada en que otros pueden decidir hacerse cargo -o no- de los primeros capítulos de nuestras vidas.

El niño o la niña que nace en el seno de una familia acomodada de Alemania, en el ostracismo violento de una aldea palestina o entre las ruinas de una poblado afgano, marcan un punto fuerte de inflexión o de diferencia. Devenimos en una diversidad de posibilidades corporales, sociales, económicas, culturales e históricas, sin la injerencia de la voluntad o de la posibilidad de elegir. En ese sentido, siempre seremos diversos, ahora y después. Pero, los primeros pasos transcurren siempre en torno al acuerdo de unos con otros, con relación a cómo será la vida de los que ya están y de los que vienen. Una comunidad puede establecer como legítimo que unos pocos tengan una vida rebosante de comodidades y oportunidades, a costa de que una gran mayoría muerda el polvo de la miseria o experimente la continua degradación de la explotación y la supervivencia. O una sociedad puede resolver que -en conjunto- asegurarán que la vida y la dignidad de todos sus miembros esté garantizada, haciéndose todos cargo del acceso de todos.

La desigualdad considerada “natural” y vista como un sinónimo de diversidad, es sólo un recurso retórico destinado a legitimar el modelo neoliberal de explotación. Es decir, para infortunio del abogado, la desigualdad no es un problema semántico, sino que político. Además, depende de las nociones predominantes o hegemónicas de justicia presentes en una comunidad humana; es decir, constituye una construcción social. La confusión de Kaiser entre desigualdad y diversidad, se exacerba aún más con su noción de naturalización de la desigualdad. La privatiza y la sitúa casi como una verdad de summa teológica. Por suerte no culpa a Dios, ni al Demonio, sino que al carácter natural de una mayoría en desgracia y de una minoría favorecida. Nada que hacer con las relaciones económico-políticas. A menos que el “austrolibertario” recuerde que la última vez que los trabajadores chilenos lograron situar en el poder su intención de consolidar y universalizar los derechos sociales, los militares -junto a la derecha económica- a sangre y fuego los devolvieron al lugar “natural” que les correspondía: a los libertarios calabozos de la subordinación y explotación.

(*) Publicado en Bufé Magazin de Cultura y en El Quinto Poder