Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

martes, 28 de mayo de 2013

Crónicas del Desprecio: Desde el Cinismo al Genocidio en el Orden Social

Obra del pintor mapuche Eduardo Rapimán.

Mi paso por el campo de concentración Auschwitz II-Birkenau, así como el de cientos de miles de visitantes que han transitado por los restos de este centro industrial de exterminio y de horror, se estrella contra cualquier intento de articular lo inconcebible. Sobre él se han escrito miles de libros, artículos y ensayos y nunca será suficiente. Además de ser el cementerio más grande del mundo, se erige como un ejemplo sin precedentes de cómo ejecutar un genocidio organizado. Con los años, las cenizas de los restos incinerados de millones de personas se han confundido con la tierra dulce y adolorida.

Las preguntas, que nunca encontrarán el mínimo atisbo de respuesta, se atropellaban unas a otras en aquella tarde de lluvia en tierras polacas ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Cómo podemos llegar a considerar al otro como un ser inferior, a tal grado de encontrar legítimo y deseable el trayecto inexorable y directo hacia su aniquilación? Cualquier respuesta balbucea su pequeñez. Muy rara vez nuestra limitada y autocomplaciente moralidad se ha elevado al nivel de una profunda y descarnada comprensión. Nosotros, los seres humanos, hemos mirado horrorizados el Holocausto nazi, sin dejar de lado un cierto relamido cinismo.

El eufórico triunfo norteamericano sobre el imperio nipón se cimentó sobre la masacre atómica de dos pobladas ciudades japonesas. El avance por el Este de los soviéticos sobre Polonia en 1940 se erigió ultimando, uno a uno y de un tiro en la cabeza, a veintidós mil oficiales, artistas e intelectuales polacos, desarmados y prisioneros, en los bosques de Katyn. La lista pasada y presente es abrumadora. Los distintos órdenes sociales siempre se han consolidado sobre el desprecio de unos sobre los otros, haciendo reverberar la noción foucaultiana referida al antiguo principio de soberanía de “dejar vivir y hacer morir”.  Para repudiar el asesinato masivo de unos y soslayar el de otros, es necesario desarrollar ese laxo relativismo moral, tan presente en la filosofía nazi, en la impronta estalinista (que muchos confunden con el comunismo que pregonaban Lenin y Trotski), en las dictaduras militares y, en la actualidad, en el sofisticado moralismo de nuestras tan preciadas culturas neoliberales.

No importa la escala en que se produzca, el grado en que se realice, los métodos y recursos que se utilicen. Siempre nos vemos enfrentados a la situación excluyente que confina a algunos seres humanos –generalmente, la mayoría- a las categorías sociales destinatarias del desprecio y de la subordinación. El valor de la vida es relativo, dependiendo de la posición social, política, económica y cultural. No hace falta construir otros Auschwitz II-Birkenau para constatar esta tragedia. El patrón del desprecio se expresa a diario, en nuestra indolencia en las calles con las personas en condición de indigencia, en nuestra resignación ante la explotación laboral, en nuestra aceptación del saqueo de los recursos en nuestros territorios y en nuestra admiración abierta o soterrada hacia aquellos saqueadores que sonríen triunfantes en las luminosas portadas de la revista Forbes. El desprecio se hace visible contra las mujeres, pueblos originarios, afrodescendientes, pobres, minorías sexuales, inmigrantes, discapacitados y contra otras categorías despojadas de su dignidad y de su valor social, cultural, económico y político.

En Chile, así como en muchos lugares del planeta, el desprecio hacia el otro está cada vez más cuestionado. La historia de nuestra república está plagada de situaciones, donde la existencia del otro (o de la otra) ha sido destinataria de la muerte o de la lenta y prolongada agonía social. Desde los centros de tortura y exterminio en dictadura, hasta la histórica represión del pueblo mapuche y el desenfreno de un modelo de desarrollo que arrasa con recursos, culturas, personas y comunidades. Perdonen la insistencia: nuestro cinismo se puede estirar hasta el infinito, como el húmedo canto de sirena que primero nos cautiva, para luego estrellarnos contra los gruesos roqueríos de nuestra pobreza moral.

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder". 

jueves, 2 de mayo de 2013

Chile 2013: Apuntes de Gastronomía Electoral



 
Foto de Philine von Düszeln, del Proyecto audiovisual "Aysén profundo" / www.aysenprofundo.cl

Las elecciones presidenciales 2013 en Chile huelen a cocina rancia. Los mesones y hornos parecen limpios; las ensaladeras, ollas, cucharones y cuchillos parecen brillar reflejando la luminosidad que se cuela por las ventanas. Las verduras parecen frescas, enviadas directamente desde bio-huertos y las carnes parecieran provenir de animales criados sin estrés. Pero, “todo parece”. En un país donde es más importante parecer que ser, el dominio de las apariencias hace las veces de recurso político.

La caída del presidenciable del partido de derecha UDI, Laurence Golborne, abre una brecha en ese mito manoseado de las artes de aparentar. Porque, aunque podamos saber a cabalidad algo, tenemos la costumbre de hacer como que no sabemos. Finalmente, la tienda de calle Vicuña Mackena tuvo que reconocer que el candidato de la sonrisa exultante había sido gerente general de holding Cencosud, el artefacto de dominación de Horst Paulmann que -como un matón de cuello y corbata- metía unilateralmente su mano en la exigua billetera de miles de familias chilenas. Golborne respondió como todo lacayo colmado de prebendas: que sólo era un simple directivo y que seguía las directrices del señor feudal. Finalmente, se hizo público su patrimonio millonario no declarado en la Islas Vírgenes Británicas, hundiendo definitivamente su candidatura para dar paso a dos figuras controversiales: a Andrés Allamand y a Pablo Longueira.

¿Qué tienen de controversiales? Allamand y Longueira surgen como los dos saludables platos del menú de la derecha chilena. El primero es cofundador en 1987 de Renovación Nacional, al alero de Sergio Onofre Jarpa. El segundo es el entonces jovencito gremialista que en Chacarillas rindió un caluroso y fascista homenaje al dictador, siendo ungido con posterioridad y por un muy encandilado Jaime Guzmán. Como tenemos el hábito de la amnesia y un desprecio desmesurado por la historia, nos cuesta recordar que estos dos otrora ardientes promotores del “Sí” a la continuidad de Pinochet en 1988, ahora constituyen los más acérrimos defensores del modelo heredado por la dictadura. En términos culinarios, un plato recalentado en las oficinas de pinochetistas nostálgicos, defensores de la Constitución castrense y comisarios de las políticas neoliberales de Chicago.

Sin embargo, la indigestión puede tener otros orígenes. Presionados por las movilizaciones sociales más importantes de los últimos cuarenta años, la oposición al gobierno de Piñera tuvo que revisar la cocina donde diseñan -con apariencia de progresismo- sus recetas neoliberales. Una de las promesas gastronómicas más importantes de Michele Bachelet es una comisión de destacados juristas para la elaboración de una nueva Constitución. El dilema es si esta nueva carta fundamental se elaborará entre las clásicas cuatro paredes o mediante una asamblea constituyente. Esta última posibilidad tiene al socialista Camilo Escalona con el estómago descompuesto. Es que Escalona –para desgracia de las bases militantes del PS chileno- terminó llevándose la palabra “socialista” para la casa. Primero, se opuso a una asamblea constituyente, atribuyendo esta iniciativa a un grupo de entusiastas consumidores de opio. Y cuando la ex-presidenta abrió el flanco a la discusión sobre esta última fórmula democrática (que promueve el jurista Fernando Atria), Escalona furibundo vaticinó la caída estrepitosa de la institucionalidad chilena.

Desde esta perspectiva, el aroma del llamado establishment político denota el uso de ingredientes con fechas de vencimiento caducados. No hay proyectos políticos, sino meros proyectos electorales. Y eso constituye un problema de salud pública para la sociedad y la política chilena. Es como comer comida chatarra durante cuarenta años. Por eso la postulación presidencial del economista y activista político Marcel Claude parece ser un condimento de hierbas finas vertido en los rancios platos de una mesa mal servida. No encaja, no se entiende, incomoda y hasta asusta. Y el sabor transformador de sus ingredientes es muy tentador para nuestro exiguo paladar. Marcel Claude es claro: Asamblea constituyente, nacionalización de recursos naturales, fin de la AFPs, sistema de salud público, reforma tributaria profunda, educación pública, gratuita y universal, entre otras  propuestas muy saludables de digerir.

Muchos esperamos que esta refrescante receta política apoyada por los movimientos sociales chilenos, no sea un golpe nutricional demasiado fuerte para nuestros grasosos estómagos de inquilino. Esto no es broma: póngale ojo y coma bien.

* Publicado en "Bufé Magazín de Cultura" y en "El Quinto Poder".