Epígrafe Fronterizo

"El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de los remedios dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales"

Bertold Brecht

jueves, 21 de octubre de 2010

El Perverso Arte de la Distracción y de la Pirotecnia Política


Yo no sé qué hubiese pasado si en los primeros días del mes de Octubre de 2010 hubiese muerto -por inanición- alguno de los comuneros mapuche que se encontraban en huelga de hambre en Chile. Se trata del escenario político y del imaginario de millones de chilenos, de miles de mapuche y de innumerables seres humanos situados en otros lugares del orbe, que hubiesen sido fuertemente impactados por una desgracia de esa índole. Finalmente, ninguno falleció y aunque los compromisos de acción establecidos en las negociaciones con los representantes de los comuneros en huelga fueron suficientes para detener la renuencia de ellos a ingerir alimentos (deponer la huelga), no parecía -en la semanas previas- que se le asignase un valor superior a la vida de cualquiera de ellos. Prevalecía el temor al desastre de la imagen-país y a la airada reacción de la opinión pública (nacional y mundial), que hubiese devenido ante la famélica muerte de un peñi (1), de un weichafe (2) o de un comunero mapuche movilizado de tan extrema forma.

La política, cuando pierde sus nobles derroteros, tiene entre muchas de sus cualidades una profunda y compulsiva tendencia a generar distracción entre las personas, especialmente cuando el tejido social no presenta niveles suficientes de organización sociopolítica. La cortina de humo generada por la combustión mediática impulsada desde La Moneda (instrumentalizando la tragedia minera), no sólo procuró desatender la dolencia crónica de la seguridad laboral de millones de trabajadores de Chile. También se buscó desperfilar -con unos niveles de inhumanidad sobresalientes- la tragedia de la justicia chilena, aquella dirigida con una inmoralidad calculada hacia los mapuche, allá en el sur de Chile. Es extraño que un país se embriague de patrioterismo y de farándula, cuando la catástrofe de los 33 mineros rescatados debiese redirigir las miradas hacia las condiciones de desprotección de los trabajadores y poner en tela de juicio el modelo de desarrollo neoliberal que privilegia el capital en desmedro de la fuerza de trabajo.

Es igualmente patológico encontrar normal que en los procesos penales contra los comuneros inculpados se utilicen testigos encubiertos para que declaren contra ellos, sin que tengan finalmente la obligación jurídica de decir la verdad, ya que si mienten (sea por venganza, sea por intereses particulares) no se les podría acusar de falso testimonio. Y aquí el escenario se vuelve inquietante. Es común encontrarse -entre aquellos que auscultan este tipo de acciones penales- con la hipótesis de una perpetración planificada de montajes, donde estarían incluso coludidos fiscales y policías. La epifanía de ofrecer “pan y circo” al pueblo implementada en la antigua Roma no se distingue mucho de la dantesca parafernalia mediática, calculada desde el sillón de O’Higgins para encubrir la miseria social y resguardar los intereses neofeudales de las elites económicas chilenas.

En el terreno de la política, muchas veces nos encontramos con que la calidad de vida y la vida misma presentan un estatus inferior, supeditándose éstas al temor que los poderosos experimentan ante la inminencia de perder el apoyo ciudadano o la adhesión popular. En muchos casos, la mantención del poder político y/o económico ha sido un imperativo superior al de la vida humana. Tras 80 días de huelga de hambre, el Gobierno y el parlamento chileno aún no podían resolver la modificación de la Ley Antiterrorista, a pesar de la posibilidad cierta de muerte de algún huelguista y de que la elite política haya tenido durante años el tiempo suficiente para dirigir su mirada hacia esa Ley, además de hacerse cargo de esta normativa -a todas luces injusta- creada en los tiempos de la dictadura de Pinochet. Pero, faltó el desliz de salón, el traspié de la Democracia Cristiana chilena al no alcanzar a inscribir a sus candidatos en las elecciones parlamentarias del año 2001, para que todo el Congreso Nacional en menos 48 horas hiciera carambolas para reparar la inscripción a destiempo. Por centésima vez, los asuntos de poder fueron impostergables.

El arte de la distracción resulta, entonces, un recurso antiguo del ejercicio disfuncional del poder. Mientras que aquí en Europa se miraba con extrañeza al presidente latinoamericano que circulaba por estas latitudes blandiendo el papelito emblema que lleva grabado el feliz mensaje de supervivencia de los 33 mineros, también muchos se han comenzado a preguntar acerca de qué verdades podrían ocultarse en el reverso de la histórica misiva. Poco hace presagiar que al girar la preciada epístola surja con clara caligrafía la decidida intencionalidad política de avanzar hacia una mayor igualdad, libertad y fraternidad. Es muy probable que se intente estirar al máximo el elástico de la distracción, de la serpentina y de la pirotecnia. El problema es que en algún momento el carnaval se acaba y los comensales embriagados se van para la casa. Entonces, sólo queda el trabajador de la limpieza encargado de la titánica labor de lidiar con todas esas toneladas de basura patriotera. Y todo por un par de chauchas (3) y con el desesperado deseo de no encontrarse entre los desperdicios con el famoso papelito, ese que nunca lo distrajo, que sólo le recuerda su exclusión social y que ahora, luego de los festejos y de las diáfanas lágrimas de emoción, no sirve absolutamente para nada.


(1) Peñi. "Hermano", en mapuzungun, lengua del pueblo mapuche.
(2) Weichafe. "Guerrero", en mapuzungun.
(3) Chauchas (o pocas monedas). Modismo chileno que alude a un pago insuficiente, de poco valor, con relación a la calidad y cantidad de trabajo realizado a cambio.